Un Asunto Pendiente: La Paz Entre Hombres Y Mujeres
Recordando algunos casos en que la lucha por el poder se ha hospedado en el hogar de las parejas que nos toca acompañar como ayudadores profesionales, hallamos también que cuando se mira la realidad en términos de buenos y malos casi siempre las consecuencias son nefastas. Cuando se miran cosas tan delicadas y tan terribles como la violencia entre hombres y mujeres hay que andarse con cuidado y ponerse unas gafas de aumento que nos permitan ver más allá de lo que nuestras pasiones desearían percibir.
Nuestras profundas pasiones quieren percibir que hay personas buenas y malas. Pero cuando miramos las cosas con mayor amplitud y en mayor detalle vemos que la violencia en la mayoría de las veces es recíproca, coparticipada: por ejemplo, una mujer vino a consulta diciendo “mi pareja me maltrata, yo lo quiero pero él ya no me quiere”, le digo “no voy a trabajar terapéuticamente contigo, primero haz lo que tienes que hacer y cuando lo hayas hecho si quieres trabajamos un poquito”, tiempo después volvió y dijo “me he separado de mi pareja”. Bueno, ahora sí empezamos a trabajar. Y por supuesto, tuvo que tomar conciencia “darse cuenta” sobre su lealtad a recibir violencia, porque esto lo había visto también en su familia de origen.
Insisto que todos somos responsables de los daños. Por otro lado, la forma como los medios de comunicación tratan de manejar el tema genera más violencia. Estigmatiza a los desgraciados perpetradores. Por supuesto que la justicia tiene que actuar y ser eficaz y prevenir y castigar, pero también el perpetrador alguna vez fue un niño(a) pequeño(a) y tiene en su fondo un corazón destrozado. No solo la víctima.
Desde la perspectiva psicológica cuando queremos crucificar al agresor o agresora, nosotros nos convertimos en agresores, al igual que ellos. Nos hacemos como ellos. Pues todo lo rechazado se nos pone más cerca.
Entonces… ¿Ayudaría mirar a los agresores también desde una mirada amorosa? De la misma manera que se piensa en términos amorosos hacia las víctimas… Pero claro, decir esto es muy radical porque va más allá del paradigma de buenos y malos. Nos arriesgamos a que nos metan en la carceleta de los malos. Capaz que nos llamen violentos, inmorales por mostrar compasión hacia los violentos.
Enojándose y excluyendo al agresor uno se convierte también en un agresor y perpetúa esta energía de vacío y de violencia. Y pienso mucho en los hijos de la pareja en la que hay violencia: ¿Cómo se sienten? ¿Cómo consiguen amar a ambos padres con lo que sucede? Increíblemente hemos encontrado que en el interior de los púberes y adolescentes comienza a crecer una promesa en forma de rechazo a quien agredió en su familia. Y…¿Cuál es esa promesa? Estos juran en su interior: “Cuando sea grande no seré como mi padre o madre”, “A mi pareja jamás la golpearé”, “A mis hijos nunca les faltará amor”, “Yo no seré como mi padre”, “Cuando sea grande por eso no tendré hijos”, “Yo no seré alcohólico como mi papá/mamá”, etc. Y es precisamente a quienes tenemos en consulta o en terapia a personas que alguna vez se juraron no ser como sus padres. Insisto, lo que rechazamos o excluimos de nuestro corazón nos persigue, y si rechazamos a alguno de nuestros padres por haber sido el agresor o el “malo” jamás conseguiremos la preciada paz interior y regaremos todas nuestras demás áreas de vida de toxicidad.
Todo juego psicológico con resultados trágicos tiene tres vértices: el agresor, la víctima y el salvador. El agresor es el hombre o la mujer, la víctima es el hombre o la mujer y el salvador es ahora la sociedad o los medios de comunicación, que quiere salvar a la víctima y se pone a perseguir al agresor. Juegos, juegos y la pregunta es ¿estamos logrando grandes avances? ¿Estamos logrando que realmente haya cambios? ¿Estamos logrando que cada vez haya menos violencia en las familias y en las parejas? Creo que no. Algo diferente habrá que hacer y pensar, porque hacer lo mismo conduce a lo mismo. Deberíamos de educar en el amor y en la capacidad emocional para sostener nuestro dolor y nuestras frustraciones. Se debería de educar en la comprensión de las dinámicas ocultas inconscientes de las pasiones humanas, para poder manejarlas en un sentido constructivo.
Por lo demás cualquier relación entre hombre y mujer está llena de historia. En el encuentro del amor o en el encuentro de la pareja van muchos. En cada hombre de hoy viven cientos de hombres anteriores, padres, abuelos, bisabuelos, y muchos otros. En cada mujer, muchas otras, madres, abuelas, bisabuelas, y muchas más. Sucede que algunas madres, abuelas y otras sufrieron el maltrato, desconsiderado y machista de sus maridos y no pudieron ejercer la libertad de vivir su enojo y reorientarse y separarse si lo deseaban. Sucede que algunos hombres anteriores se hicieron culpables de dominación y explotación de sus mujeres. Son ecos del pasado que aún nos impregnan en nuestra realidad actual. Y sucede que hoy en día algunas mujeres están enfadadas en nombre de sus anteriores y algunos hombres están culposos en nombre de sus anteriores. Algunas mujeres vengan a sus madres con su enfado hacia sus parejas actuales. Algunos hombres pagan las culpas de sus anteriores debilitándose y empequeñeciéndose hasta estallar con sus parejas actuales. Y la guerra entre sexos y sus luchas de poder se perpetúan. Con el resultado de violencia, fatalidad y desdicha que todos conocemos desgraciadamente.
¿Qué ayuda? Que el pasado pueda quedar como pasado, dignificado con nuestra buena mirada y con el pleno respeto hacia aquello que fue vivido tal como fue. Y ayuda mirar el presente con alegría y gratitud. Y nada hay más irresistible para un hombre que el genuino respeto y la sincera sonrisa de una mujer y nada más irresistible para una mujer que ser respetada como mujer y amada tal como es, incluyendo su misterio. De hecho el regalo más bello que alguien nos hace consiste en amarnos como somos y el mejor regalo que podemos hacer a alguien consiste en amarlo tal como es y así regar nuestra relación de descanso y bienestar. Lo contrario a esto es un camino directo a la violencia.
Gracias por haber llegado hasta aquí!
Envío amor y paz a tu camino
Ricardo Torres
Psicólogo